Torres de vigia
Atemorizados por las constantes incursiones de «sarracenos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, vándalos…», las autoridades mallorquinas fueron diseñando un espectacular sistema de vigilancia por toda la costa, las atalayas. Estas fortificaciones de avistamiento, situadas en el puntos más elevados de la costa y visibles entre sí, alertaban de cualquier peligro y esparcían la alerta en pocos minutos por toda la costa con señal de fuego y humo. Todavía en la actualidad, una vez al año, se conmemora encendiendo todas ellas, pero con otro sentido: una #EncesaPelsDretsHumans.
A finales del siglo XVI se edificó la primera de las torres de defensa de la isla en el monte de na Pòpia, la cumbre de la isla. Esta torre era visible desde la torre des Verger y la torre de cap Andritxol. Ya a mitades del siglo XIX fue destruida para ubicar el primero de los faros de la costa mallorquina, que le dedicó el mismo nombre.
Al ser, la atalaya de na Pòpia, insuficiente para cubrir las calas más escondidas de la comarca, se construyeron dos torres más en cala Embasset (junto a Sant Elm) y la torre de Llebeig. Las tres formaban el sistema de vigilancia de este punto estratégico de la costa mallorquina y el Mediterráneo Occidental. Este paisaje etnológico, emergido de una fachada marítima llena de historia, evoca a vivencias de los atalayeros que residían permanentemente y se encargaban de hacer las oportunas señales de alerta.